jueves, 26 de enero de 2017

Los años 80 en 80 películas: En busca del fuego

En busca del fuego

Título original: La guerre du feu 
Año: 1981 
Nacionalidad: Francia 
Director: Jean Jacques Annaud 
Guión: Gérard Brach, Anthony Burgess 
Música: Jerry Goldsmith 
Fotografía: Claude Agostini 
Intérpretes: Everett McGill, Rae Dawn Chong, Ron Perlman, Nicholas Kadi, Gary Schwartz

Televisión Española emitió En busca del fuego, no sé si por primera vez o no, en torno a 1989 ó 1990. En esa época todavía sintonizábamos casi todos los mismos canales y la película de Jean Jacques Annaud causó una honda impresión en mi clase de Formación Profesional. En aquel curso éramos todos chicos; en casi todo el instituto predominaban profesiones y oficios eminentemente masculinos y la presencia de chicas era anecdótica. Justo al lado de nuestro centro había un instituto de Bachillerato repleto de jovencitas que iban al recreo —y al exterior del recinto— un poco antes que nosotros, de manera que las veíamos pasar por la calle desde nuestras ventanas. Antes de que mi clase de salidos descerebrados viera En busca del fuego, nos asomábamos a ver a las chavalas sin orden ni concierto. Después del pase televisivo de En busca del fuego, un joven que se llamaba Paco, y que estaba sembrao, gritaba con voz ronca: “¡Hembras! ¡Hembras!”. Nosotros nos moríamos de la risa, porque Paco iba al trote hacia la ventana, y a mí me recordaba a la carrerilla del cavernícola que se tiraba a una desaliñada compañera de clan aprovechando que ésta estaba agachada y con el coño al aire bebiendo agua de un riachuelo. ¿Y el profesor? El profesor era un eventual que pasaba tres kilos de nosotros siempre que no armáramos mucho barullo, cosa que no conseguía con frecuencia. 
Mirábamos a las muchachas desde las ventanas con rejas y ellas nos ignoraban completamente. Éramos garrulos de Formación Profesional. Y encima feos, maleducados y faltones. Pero lo que nos reíamos… Yo nunca hice un “¡Uh, uh, uh!” en respuesta al grito primitivo y visceral de Paco. Lo hago ahora, más de veinticinco años después y con menos alegría y testosterona en sangre: “¡Uh, uh, uh!”. 
Porque lo que nos fascinaba a todos de En busca del fuego era lo de fornicar a lo loco y porque sí, ante la total indiferencia de una hembra que iba a lo suyo y se dejaba hacer. Ésa era la secuencia clave que nos disparataba cuando comentábamos la película en los pasillos. No nos importaba una esperanza de vida paupérrima, unas condiciones brutales de existencia en una edad oscura de la raza humana, llena de peligros y penurias. Aquellos pájaros daban un puntazo y la metían en caliente: eso era así. 
¿Para qué sirvió pues la excelente película del realizador francés Annaud, toda una lección magistral de recreación histórica, cine de aventuras y hasta vistazo antropológico del ser humano? ¿En mi clase de Formación Profesional? Para nada, sólo para asuntos viles. Echo de menos la pureza de esa edad, cuando hasta el más mendrugo era capaz de reducir cualquier película a su esencia más simbólica. Para nosotros, En busca del fuego iba de follar de la manera más libertina posible. 
Décadas después, más viejo, os diría que En busca del fuego fue una inteligente aventura y una apuesta arriesgada que funcionó y funciona como un cohete. La tribu que cuida de un fuego y lo usa para su supervivencia pero no sabe crearlo se cruza con una odisea inesperada cuando varios guerreros deben partir en búsqueda de una nueva chispa de luz y calor. La importancia de la tecnología —inolvidables las lágrimas del protagonista cuando ve cómo un cazador recolector genera fuego con yesca y unos palitos—, la familia y la vida en sociedad de los primeros asentamientos humanos e incluso la teoría de la hibridación entre Cromañones y Neardentales se nos muestra en el filme de Jean Jacques Annaud. 
El uso de un lenguaje tonal y vocal propio, el Ulam, desarrollado por Anthony Burgess, le confería a la película no sólo un grado de verismo impresionante sino también un toque de originalidad indiscutible. En En busca del fuego no se dice nada, y a la vez se habla todo. 
De adolescente me quedaba con la secuencia que nos excitó en aquel instituto. Ya de adulto no la descarto —su poder de convocatoria es innegable, pura animalidad—, pero me paso de largo a la bonita historia de amor entre Naoh (Everett McGill) y Nika (Rae Dawn Chong). Un supuesto Neardental y una supuesta Cromañona unidos por el azar y luego profundamente enamorados a través del roce diario y la admiración mutua. Él husmeando su ausencia en forma de olor corporal. Ella mirándolo a él con comprensión cuando se encuentran por segunda vez. Y ese final tan emotivo, con una nueva vida en el vientre de ella y juntos los dos contemplando el firmamento. 
Otro bello momento de En busca del fuego más abajo: cuando Nika ayuda a Naoh con la técnica del fuego por fricción manual.

miércoles, 18 de enero de 2017

El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares

Vista hoy con Erlea, me encuentro en el doloroso deber de proclamar que Tim Burton va de culo. Ya, como si hubiera descubierto una primicia, ¿no? Pero es que esta película, sin pies ni cabeza, no hay casi por donde cogerla, con injertos pastilleros que no vienen a cuento, con un guión lacio y aburrido y con un desarrollo anodino, que sólo alivia cuando reparas en que ya queda poco para el final.



Estuvimos a punto de ir al cine a verla, pero nos metimos en otra mi bichito y yo. Eso que nos ahorramos. Ahora que ha salido en dvd y br tenéis la oportunidad de constatar lo dicho: que Burton no atina y que no hace nada decente desde Ed Wood (con momentos afortunados en algunas pelis posteriores como Big Fish y Big Eyes), 

viernes, 13 de enero de 2017

Los años 80 en 80 películas: Atmósfera Cero

Atmósfera cero

Título original: Outland
Año: 1981
Nacionalidad: Reino Unido
Director: Peter Hyams
Guión: Peter Hyams
Música: Jerry Goldsmith
Fotografía: Stephen Goldblatt
Intérpretes: Sean Connery, Peter Boyle, Frances Sternhagen, 
Steven Berkoff, James Sikking

En 1981, servidor rondaba los ocho años de edad y quizá ni siquiera había hecho aún la Primera Comunión. El cine me gustaba tanto como los tebeos —por entonces aún no se les llamaba cómics—, los dibujos animados —y no animación— o mi bolsa de muñequitos de plástico, pero era aún muy joven cuando se estrenaba en cines Atmósfera cero. Todavía no habían llegado a España, al menos de manera masiva, los vídeos domésticos y desde luego no puedo presumir de puntualidad con esta película. No estuve acompañado de nadie en un cine viendo a rudos mineros de Io ponerse hasta las trancas de estimulantes, ni vi a chicas holográficas bailando semidesnudas en una tasca. No alquilé en vídeo a Sean Connery repartiendo estopa con una escopeta, ni rebobiné la cinta varias veces —como haría años más tarde— para ver cómo le estallaba la cabeza a un pobre diablo víctima de la descompresión. No, mi primera vez con Atmósfera cero sería mucho después, como sucedería con el cine de los primeros años ochenta.
Una tarde alguien, supongo que mi abuelo o mi tío Eduardo, trajo del videoclub Atmósfera cero. Luis, el novio de mi prima Anita, que estaba de visita en la casa de mis abuelos, comentó de pasada que la película era una versión moderna —por entonces no decíamos remake— de Sólo ante el peligro, y que estaba “muy perita”. Tampoco decimos ya “perita”. Y eso que hemos ganado. Insertamos la cinta en el magnetoscopio y…
…esto es lo que debes saber de Atmósfera cero para quedar bien en cualquier conversación:
Que sus efectos visuales, de un marcado carácter tradicional, tuvieron como elemento innovador la utilización por primera vez de IntroVision, un sistema de proyección frontal que fusionaba fondos proyectados con actores en tiempo real. IntroVision fue visto también en películas como Cuenta conmigo (Stand by me), Rambo III o Darkman, entre muchas otras.
Que además de pionera con el IntroVision, también innovó en sonido con Megasound. Los cines equipados con los altavoces adicionales necesarios para aprovechar la mejora de Megasound, conseguían potenciar los efectos de sonido más graves de la película, como ruidos ambientales y de maquinaria pesada.
Que costó la nada desdeñable cifra de dieciséis millones de dólares de la época. Pero no fue precisamente un éxito de taquilla.
Que debido a la repercusión de Alien y, en menor medida Blade Runner, Peter Hyams decidió trasladar la acción desde el lejano oeste al futuro y al espacio exterior.
Que estuvo a punto de llamarse Io, como el satélite más cercano a Júpiter y lugar donde se desarrolla la acción, pero la productora decidió cambiar a Outland en el último momento.
Pero esto son sólo curiosidades recogidas al alimón de las muchas fuentes disponibles. Lo importante de Atmósfera Cero es precisamente su atmósfera: una aventura adulta de ciencia ficción, con un tono serio, sobrio incluso, para una historia que, filmada hoy, habría sido adocenada a la papilla insulsa de un blockbuster veraniego cualquiera.
En Atmósfera Cero estamos en un futuro que ya no podrá ser, no fuera de El continuo Gernsback, aquel fantástico cuento de William Gibson incluido en su antología Quemando cromo, en el que el futuro anticipado de la ciencia ficción de los años cincuenta se solapaba con la realidad distinta e imposible que nos tocaba vivir. El futuro de compañías mineras que operan en las lunas del Sistema Solar puede que no sea improbable, pero desde luego no será ya con la tecnología y el utillaje que abunda en la película que nos ocupa. Pantallas de televisión con tubos de rayos catódicos, estaciones de radio analógicas, monitores de fósforo verde, paneles repletos de botones y palancas, como si todo hubiera sido extraído y extrapolado desde una refinería de petróleo de los años setenta a la colonia humana asentada en Io; armas de fuego clásicas, trabajo humano sin robótica avanzada a nuestro servicio… hasta la tipografía de los textos remite a una predicción obsoleta.
Pero lo que no ha pasado de moda en Atmósfera Cero es su impecable concepción del ritmo, su agradable adultez, su nulo margen a la concepción más sentimental e infantiloide de una fantasía espacial cualquiera. 

Deleitémonos ahora con su cartel original:


 “En la luna de Júpiter él es la única ley”. No se puede molar más en una sola frase.

martes, 10 de enero de 2017

Lo que ocurrió mientras estuve sin ordenador

Por una serie de catastróficas desdichas, he estado todas las navidades sin ordenador, que no sin Internet. Internet tenía en otros dispositivos. Y lo que he advertido es que ya no es una tragedia que se te averíe el ordenador. Ahora podemos conectarnos desde el teléfono, la videoconsola, la tablet, el televisor y pronto hasta desde la nevera. No, ya no es como antes que quedabas varado en el mundo analógico, ausente del Messenger y sus muñequitos bailarines, ido de webs y foros.

Pero no he podido postear, ni felicitar el año ni las fiestas. Así que lo hago ahora. Espero que hayan sido unas felices fiestas y que este 2017 sólo os traiga alegrías.

Lo que ocurrió importante este fin de año fatídico es que palmó George Michael, el tío mas molón del pop de los 80, el modelo hetero (ya: iluso de mí) en el que yo me miraba en mi adolescencia, pensando que ese pavo, con esas pintas que lucía en Faith, debía de ligar mucho. Y sí, ligar, ligaría, pero no con las hembras de ensueño que yo imaginaba.

Después se nos fue Carrie Fisher también. La princesa Leia. Las niñas tienen princesas Disney. Los niños sólo teníamos a Leia. Pero nos bastaba. Dulce cuando hacía falta y guerrera cuando era menester. Una pena. Que descanse en paz y que la Fuerza la acompañe.

Y como un propósito de año nuevo cibernético, prometo postear más a menudo por aquí.