Llevas años enrredada en mis manos
En mi pelo, en mi cabeza
Y no puedo más, no puedo más
Debería estar cansado de tus manos
De tu pelo, de tus rarezas, pero quiero más
No puedo vivir sin ti, no hay manera
No puedo estar sin ti, no hay manera
Me dijiste que te irías pero llevas
En mi casa toda la vida
Sé que no te irás, no te irás
Has colgado tu bandera
Ha traspasado la frontera
Eres la reina
Siempre reinarás
Siempre reinarás
No puedo vivir sin ti no hay manera
No puedo estar sin ti no hay manera
Me dijiste que te irías pero llevas
En mi casa toda la vida
Sé que no te irás, no te irás
Has colgado tu bandera
Ha traspasado la frontera
Eres la reina
Siempre reinarás
Siempre reinarás
Y ahora estoy aquí esperando
A que vengan a buscarme
Tú no te muevas
No me encontrarán
Yo me quedo para siempre
Con mi reina y su bandera
Me dejaré llevar a ningún lugar
No puedo vivir sin ti no hay manera
No puedo estar sin ti no hay manera
Me dijiste que te irías pero llevas
En mi casa toda la vida
Sé que no te irás, no te irás
Has colgado tu bandera
Ha traspasado la frontera
Eres la reina
Siempre reinarás
Siempre reinarás
No puedo vivir sin ti no hay manera
No puedo estar sin ti no hay manera
Me dijiste que te irías pero llevas
En mi casa toda la vida
Sé que no te irás, no te irás
Has colgado tu bandera
Ha traspasado la frontera
Eres la reina
Siempre reinarás
Siempre reinarás
Entre la enorme cantidad de hijos de puta que he conocido en mi vida figura un albañil que había sido operario de cinematógrafo. El desgraciado presumía de cinefilia y se avalaba y reafirmaba con ese trabajo, que es como suponer que por conducir un coche ya por ende eres también piloto profesional. En cualquier caso yo charlaba con él porque de algo había que charlar en los ratos muertos, y porque al principio no me parecía tan hijo de puta —hay que decirlo más, es el Alfa y el Omega de la vulgaridad—. Por entonces estábamos en plena transición del VHS al DVD, y yo compraba liquidaciones de cintas en videoclubes a precio de saldo. Le presté a este hijo de puta El hombre que nunca estuvo allí, de los Coen, y le comenté que era una buena muestra de cine negro moderno, y que le gustaría. Él me dijo:
—El cine negro te refieres al cine en blanco y negro, ¿no?
—No, hombre. Me refiero a cine negro —contesté algo perplejo.
—Sí. Tú te refieres al cine en blanco y negro. Sabrás que al cine en blanco y negro también se le llama negro —me aleccionó.
Yo asentí, agotado repentinamente. “La madre que me parió…”, pensé. Se me ocurrió hablarle de Fuego en el cuerpo a ese mamón, comentarle que el negro podía ser también en color, que era un género, no una emulsión de celuloide, pero ¿para qué?, mejor me quedaba calladito y seguía trabajando.
Fuego en el cuerpo era y es cine negro para los que no tenemos ni zorra idea de cine negro. Era perfecta para ese hijo de puta, pero también para mí en mi primera juventud. Abordaba todas las convenciones que parecían mojones indicativos en los clásicos que yo aún no había visto, y que me hacían sentir culpable —todavía hoy, porque el policíaco y el noir no me tiran demasiado— de no haber hecho los deberes. Fuego en el cuerpo llegó a mi vida en una sesión de Sábado Cine, en TVE1. Matty Walker (Kathleen Turner), la lagartija sudorosa, se convertía así en mi primer referente en cuanto a mujeres fatales, Ned Racine (William Hurt) en el pardillo por excelencia y la ópera prima de Lawrence Kasdan —qué debut tuvo— en una de esas películas que me habría encantado dirigir de tener el talento y la oportunidad. Atentos, si la veis por primera vez, al pequeño pero importantísimo papel del gran Mickey Rourke. Y preparad alguna bebida con mucho hielo, porque Fuego en el cuerpo da sed y calor, mucho calor.
"Dime cositas", me pidió hoy Erlea. Y yo no supe expresarme bien, no más allá de un "te quiero" y un par de arrumacos.
Pero aquí te puedo decir cositas, cosas que pueden sonarte a repetido, porque ya las he soltado con anterioridad. Sonaré cursi, pero a mi edad ya me da igual parecerlo.
Me haces muy feliz, Erlea. Valoro nuestras tardes y las disfruto como lo que son: cápsulas de tiempo repletas de complicidad, ternura y pasión. El mejor momento del día es cuando te veo llegar por la mirilla, sólo superado por cuando nos tumbamos en la cama y enciendo el proyector para escoger qué película ver.