sábado, 12 de noviembre de 2016

Los años 80 en 80 películas: La Niebla

La Niebla

Título original: The Fog
Año: 1980
Director: John Carpenter
Guión: John Carpenter y Debra Hill
Música: John Carpenter
Fotografía: Dean Cundey
Intérpretes: Adrianne Barbeau, Tom Atkins, 
Jamie Lee Curtis, Hal Holbrook, Janet Leight

Treinta y seis añitos cumple La Niebla, sobreviviendo al paso del tiempo y hasta a su espantoso remake, la insulsa, plana y desangelada Terror en la niebla, de Rupert Wainwright.
Tras el éxito cosechado con Halloween, John Carpenter volvía al terror en 1980, de nuevo sobre un guión en colaboración con Debra Hill, nombre que sería clave en su filmografía posterior.
El inicio de La Niebla no puede ser más descriptivo en cuanto al tono e intencionalidad de la película: una cita de Edgar Allan Poe cuestionando la solidez misma de la realidad. “Todo lo que vemos y percibimos es sólo un sueño dentro de un sueño”.
Después del fundido a negro un viejo lobo de mar, Mr. Machen (John Houseman), narra una tétrica historia a un grupo de niños arremolinados en torno a una fogata. El 21 de abril de 1880 surcaba el Atlántico el Elizabeth Danes, un velero que en plena noche se perdió en una súbita y espesa niebla. Los marineros divisaron una luz que tomaron por una señal de localización y emprendieron rumbo hacia ella, pero se estrellaron contra las rocas y se hundieron, muriendo todos ahogados. En realidad, el naufragio del velero formaba parte de una deleznable práctica delictiva, consistente en confundir a los navíos con falsas señales luminosas, para atraerlos hacia los acantilados y provocar el hundimiento, con el fin de saquear las riquezas que transportasen.
El terror está servido. Antonio Bay es un pueblo costero cimentado sobre una violenta tragedia, y aunque ha pasado un siglo y nadie recuerda ya los orígenes criminales de la localidad, ha quedado un remanente de culpabilidad compartida, en forma de leyenda vaticinadora: “Los pescadores que viven aquí, lo mismo que sus padres y sus abuelos, creen que el día que la niebla vuelva a Antonio Bay, los hombres, que yacen en el fondo de las aguas cercanas a Speedy Point se alzarán, se alzarán y buscarán la hoguera que les condujo a su trágico destino y horrible muerte”.
Que en las profundidades del mar habitan monstruos innombrables es una idea de clara inspiración literaria. Que dichas criaturas suban a tierra firme envueltos en la niebla, buscando una muda venganza y, muy importante, en una única hora bruja —desde las doce de la noche a la una de la madrugada— no puede ser más fantasmagórico, ni más clásico. El horror cósmico de Lovecraft y el gótico fatalista de Poe juntos para un cuento de terror moderno que proporciona al espectador, gracias a su magnífica realización, la grata experiencia de sentirse transportado en el tiempo a una época ajena al cine y la televisión, donde el misterio y la fantasía se difundían mediante la tradición oral o la lectura. De estar vivos y compartiendo nuestro mismo marco temporal, ambos autores, Lovecraft y Poe, habrían disfrutado como niños con La Niebla, con esta transliteración de algunas de sus filias y fobias a veinticuatro fotogramas por segundo. Y acto seguido, probablemente, habrían colgado sus plumas para dedicarse al audiovisual.
Como decía, el hábil armazón argumental del guión de La Niebla está organizado en torno a un eje de antiguo cuento de fantasmas, pero desarrollado con elementos genuinos del séptimo arte, como una concepción hitchcockniana para el transcurso de la historia. 
Todo lo que en Halloween era abrupto y seco, en La Niebla se transformó en elegancia. Supongo que esa es la palabra: elegancia. La inquietante delicadeza de la niebla —la verdadera protagonista del filme— derramándose por el pueblo, la construcción de los personajes, arquetípicos pero aún así convincentes, el montaje, el retrato de Antonio Bay y la efectiva música de Carpenter, son algunos de los elementos que nos introducen en la trama con finura y gracia. Mención aquí al fabuloso faro desde donde emite su programa de radio Steve Wayne (Adrienne Barbeau), dueña de la KAB. Es Steve el personaje que sublima la emoción más recurrente que se intenta despertar en el espectador: la sensación de indefensión. A través de la locutora con nombre de chico, vemos cómo una compacta neblina procedente del mar cubre la localidad, justo en el aniversario de la ciudad. Todo observado desde la altura de esa magnífica atalaya de piedra. Pocas veces el miedo tuvo un punto de vista tan bonito y evocador como desde ese faro que nunca existió del todo, puesto que gran parte de su acogedor interior fue recreado en platós. 
Dado que en la película los no muertos y la niebla son una misma cosa, atienden a un hermoso código de conducta de ultratumba que da mucho juego: los avisos ante una casa cerrada a cal y canto. Esto entronca de lleno con los territorios de la imaginería popular, la misma del ajo, la plata y el crucifijo, la del agua bendita y la luz del sol, la que instruye sobre cómo un vampiro no puede entrar en casa si no es invitado a hacerlo. Por el prólogo del viejo cuentacuentos al inicio de la historia, sabemos que el fenómeno está atado a una hora mágica, pero más tarde nos dan la segunda regla: bien por una terrorífica educación, bien porque El Mal de allende los mares necesita envolver previamente a sus víctimas con el vaho salado, el canto de sirena de la niebla toma forma de nudillos aporreando nuestra puerta. La angustia que se genera con dicho recurso es notoria y una baza fuerte jugada con maestría, porque no importa cuántas veces se revise La Niebla, siempre acudirá el mismo murmullo a los labios: “No abras, ¡no abras!”. 
La tercera regla, y espero no chafar la sorpresa a nadie con ello —¿qué hacéis leyendo este texto si aún no habéis visto La Niebla?— se aclara en el rollo final de la película. Por supuesto, se trataba de una maldición, otro concepto que no requiere de excesivas líneas de diálogo, instalada como está en forma de ley popular multicultural. No habrá descanso para las almas torturadas hasta que el último descendiente de los responsables del naufragio del Elizabeth Danes pague su culpa. Así, y con un impactante golpe de efecto antes de los créditos, se completa el relato; terror actual de calidad sobre un esquema de cuento fantástico decimonónico.
La Niebla fue una producción modesta, de apenas un millón de dólares, pero realizada con exquisito buen hacer, con un plantel de actores que ofrecieron unas interpretaciones correctas y dirigidos por un John Carpenter inspirado, en su salsa, la serie B, categoría que abandonaría poco después para entrar en su etapa de títulos mainstream, como La Cosa o Starman, de las que nos ocuparemos más adelante. La banda sonora original, compuesta también por el cineasta es, en mi opinión, la mejor de toda su carrera como músico, antes de que se abandonara a caprichos tan discutibles como el permitir que su hijo de catorce años colaborara a la guitarra en uno de sus largometrajes de finales de los noventa, Vampiros
La espectacular fotografía estuvo a cargo de Dean Cundey, otro habitual de Carpenter. Los maquillajes y efectos visuales correspondieron a un por entonces joven Rob Bottin, responsable a posteriori de los fenomenales bestiarios de criaturas de Legend, Desafío Total o Exploradores, amén del mítico extraterrestre polimorfo de La Cosa. Y en La Niebla, el talento de Bottin logró unos resultados más que satisfactorios, teniendo en cuenta los limitados medios económicos con los que fueron creados los convincentes espectros; seres putrefactos, mohosos, armados con sus temibles utillajes portuarios: espadas, garfios, cuchillos y ganchos. Bottin tuvo un breve cameo actoral encarnando a Blake, el capitán de la tripulación maldita. También Dan O´Bannon, al que deberíamos estarle agradecidos eternamente por El regreso de los muertos vivientes, apareció en pantalla unos instantes. Y como última curiosidad, en La Niebla coincidieron Janet Leigh y su hija, Jamie Lee Curtis: una reina del grito dando paso a su digna heredera, juntas ambas en la película más idiosincrásica y reconocible de los primeros años del Carpintero de la Muerte.

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