sábado, 24 de junio de 2017

Pandemia

Durante su juventud, en su trabajo como vigilante de seguridad, David se había dedicado a ejercitar su mente de un modo no intencionado, empujado a ello en un intento de llenar los espacios vacíos, entre ronda y ronda por los edificios a medio construir que habían estado a su cargo. Por las noches, cuando su trabajo le dejaba, leía, escuchaba la radio, a veces escribía y sobre todo meditaba sobre las grandes y pequeñas cosas. En su tiempo libre, espoleado por el hambre de conocimiento y saber que él mismo había alentado en esas noches de trabajo, también continuaba con sus actividades intelectuales, en la tranquilidad de su hogar. Comprendió que la pasión de su vida era el estudio y, aunque sin perder del todo el contacto con la sociedad, asumió que viviría solo siempre, para así brindarse por entero a sus aficiones.
Con los años, la irrupción de la tecnología y las telecomunicaciones abrieron nuevas fuentes y horizontes. Para entonces, David había patentado y vendido una serie de pequeños inventos y utilidades para disminuir el consumo de carburantes y amasó una fortuna que le permitió vivir de las rentas y disponer de más tiempo para sus placeres y necesidades intelectuales.
David era el autodidacta nato por excelencia. Lo quería saber todo sobre todo y para ello él era su único tutor, decidido, terco y multidisciplinar. Abordaba el estudio bajo una perspectiva holográfica, empapándose de todas las ramas de las artes y las ciencias, convencido de que sólo husmeando en la interrelación e interconexión de todo el saber humano, podría hallar una perla, un destello, una revelación última que lo saciaría y lo calmaría para siempre. Mientras tanto, se había convertido en el hombre más cultivado del mundo sin advertirlo. Era un genio, el más grande, y como tal, no reparaba en su propia singularidad y en el vasto universo de saber que atesoraba en su cerebro.

Una noche, mientras terminaba de cenar, todo tomó forma y sentido. Todo lo que había ido acumulando en su interior de repente encajó; casi pudo visualizar una imaginaria llave abriendo la última puerta. La revelación final que manó hasta él lo dejó petrificado. Se desplomó sin fuerzas sobre el suelo. Cuando recuperó la consciencia, una tristeza insondable, abismal, infinita, se apoderó de él. Había descubierto algo tan espantoso, tan terrible, que ya no tenía ganas de seguir viviendo. Sin embargo, su descubrimiento, tan desolador, tan tenebroso, no dejaba de ser el mayor descubrimiento de todos los tiempos y lo publicó en los foros más concurridos de Internet, con la débil esperanza de que alguien lograra corregirlo y le demostrara que se había equivocado, que aquello era un disparatado error. Pero cada persona que se encontraba con su hallazgo, quedaba conmocionada, destruida, y buscaba consuelo transmitiendo la insoportable noticia a terceros, tocados por la misma trampa de esperanza que había lanzado a David a compartir su pena, iniciando una pandemia mundial que acabaría con las ganas de vivir de todo el planeta. Mediante razonamientos imbatibles, David había eliminado las ganas de existir en toda una especie. La gente repetía el concepto y después caía en la apatía más extrema, hasta que desfallecían de pesar y melancolía. El sueño de la razón más pura había creado el monstruo definitivo: una idea sencilla de comprender, imposible de ignorar y letal para la supervivencia de la raza humana.

En su apartamento, rodeado de sus libros y archivos, David se recostó en su cama, como tantos otros millones de personas, y se resignó a su suerte.

martes, 30 de mayo de 2017

Generaciones, 2001 es un coñazo y mi alma por los suelos

Hoy estuve en el colmado de mi tío Eduardo. Mi tío Eduardo tiene dos hijos, Román, de veintiún años y Edu, de diecisiete. Hablábamos de una cosa y de otra, y no preguntéis cómo o en qué punto de la conversación se llegó hasta la gravedad en naves espaciales, pero así fue: estuvimos divagando sobre este asunto. Yo mencioné la estación internacional de 2001, de Stanley Kubrick, como ejemplo válido y entonces, Edu, mi primito adolescente, se echó a reír. Dijo que sus amigos le habían advertido sobre esta película, que era, y cito textualmente, "la mayor mierda que te puedes echar a la cara", que "no hay quien aguante verla hasta el final", y que "lo único bueno que tiene son los monos del principio".

Yo me quedé boqueando. Tomé conciencia de que me había hecho viejo, de que un millennial había masticado, tragado y defecado una de mis películas fetiche de cuando yo tenía su edad, y que ante eso sólo podía, de una manera paciente y a sabiendas de lo estéril, argumentar razones de peso para animar a ese chaval, mi primo, a ver 2001 sin prejuicios y con toda la limpieza que pudiera, como hago yo cuando me enfrento a películas cuyo año de estreno se aleja en varias décadas a mi fecha de nacimiento.



He visto 2001 más de treinta veces. He visto 2001 dibujando láminas a tinta para la evaluación trimestral; he visto 2001 mientras preparaba resúmenes de temas de Historia; he visto 2001 tumbado en el sofá, sentado entre cojines o desde la cocina mientras freía algo de picotear; he visto 2001 solo y en pareja, con mis tíos y con mi abuela; he visto 2001 en televisión, en vídeo comunitario, en VHS y en DVD. Me la sé de memoria. Conocía a firmes detractores ya en los años ochenta y noventa, gente que ya despotricaba sobre ella con un vocabulario más extenso que el de Edu, pero cuyos puntos de contacto principales eran los mismos: el tedio, la pretenciosidad y la obsolescencia cinematográfica como sufrimientos padecidos ante esta obra maestra. Pero confiaba en que las décadas sucesivas la tratarían con mejor fortuna. Ya sé que Edu y sus amigos no son una prueba determinante de un sentir generalizado, que probablemente 2001 siga enamorando a jóvenes cinéfilos, pero a mí se me cae una lagrimita.

Un amigo de mi primo fue el que retó a éste a que viera 2001 hasta el final. Le ofreció cinco euros si aguantaba. Cinco euros, Stanley, eso cuestas en 2017 entre la chavalería de mi entorno. 

sábado, 27 de mayo de 2017

Luna

En mi pequeño universo soy como ese diminuto satélite llamado Luna que orbita alrededor de un planeta llamado Tierra que a su vez gira constantemente alrededor de una gigantesca estrella que es el Sol.

sábado, 6 de mayo de 2017

Revival

Con King no puedo ser objetivo. Es mi pastor Jacobs particular, mi escritor del cambio. La primera novela suya que leí fue It, cuando yo tenía catorce años. Desde entonces, he leído decenas de novelas suyas a lo largo de mi vida, relatos cortos y hasta algún que otro ensayo. Considero que es mejor cuentista que novelista, y siempre espero como agua de mayo sus antologías de cuentos, calmado a menudo por novelas cortas contenidas en volúmenes como Todo oscuro, sin estrellas.

Revival no es lo mejor de King. Tampoco su final es el más terrorífico que haya escrito, como lo publicitan. Pero sí es una buena novela del maestro, con los suficientes puntos de interés como para merecer su compra y su lectura. Contiene al King urdidor de tramas y personajes detallistas y absorbentes, conecta con su obra anterior y borra con su buen hacer errores pasados como Cell, aquel traspiés con zombis telefónicos.

Revival fue un regalo de cumpleaños de Erlea. Gracias otra vez, cari.

lunes, 24 de abril de 2017

S.A.N.Z. en directo

Estoy en esa edad en la que llego algo pasado y viejo para un directo de Los Ganglios. Hasta su público mola. Y yo no molo nada, eso es un hecho.

Tu nivel de inglés

En menos de tres minutos, esta web, cuyo objetivo principal es venderte cursillos, evalúa mediante un test tu nivel de inglés. 

martes, 11 de abril de 2017

Sigur Ros, All allright

Era la canción que te comía el corazón en Ondine, de Neil Jordan. La dejo aquí, para Erlea y para Lombreeze.

jueves, 23 de marzo de 2017

Dungeon Keeper Gold

Es uno de mis videojuegos de culto de todos los tiempos y os lo traigo parcheado para Windows 8 y 10.

Click aquí.

jueves, 16 de marzo de 2017

No puedo vivir sin ti





Llevas años enrredada en mis manos
En mi pelo, en mi cabeza
Y no puedo más, no puedo más
Debería estar cansado de tus manos
De tu pelo, de tus rarezas, pero quiero más


No puedo vivir sin ti, no hay manera
No puedo estar sin ti, no hay manera
Me dijiste que te irías pero llevas
En mi casa toda la vida
Sé que no te irás, no te irás
Has colgado tu bandera
Ha traspasado la frontera
Eres la reina
Siempre reinarás
Siempre reinarás


No puedo vivir sin ti no hay manera
No puedo estar sin ti no hay manera
Me dijiste que te irías pero llevas
En mi casa toda la vida
Sé que no te irás, no te irás
Has colgado tu bandera
Ha traspasado la frontera
Eres la reina
Siempre reinarás
Siempre reinarás


Y ahora estoy aquí esperando
A que vengan a buscarme
Tú no te muevas
No me encontrarán
Yo me quedo para siempre
Con mi reina y su bandera
Me dejaré llevar a ningún lugar


No puedo vivir sin ti no hay manera
No puedo estar sin ti no hay manera
Me dijiste que te irías pero llevas
En mi casa toda la vida
Sé que no te irás, no te irás
Has colgado tu bandera
Ha traspasado la frontera
Eres la reina
Siempre reinarás
Siempre reinarás


No puedo vivir sin ti no hay manera
No puedo estar sin ti no hay manera
Me dijiste que te irías pero llevas
En mi casa toda la vida
Sé que no te irás, no te irás
Has colgado tu bandera
Ha traspasado la frontera
Eres la reina
Siempre reinarás
Siempre reinarás


Ahaha
Ahaha
Ahaha
No hay manera

miércoles, 15 de marzo de 2017

Los años 80 en 80 películas: Fuego en el cuerpo

Fuego en el cuerpo

Título original: Body Heat
Año: 1981
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Lawrence Kasdan
Guión: Lawrence Kasdan
Música: John Barry
Fotografía: Richard H. Kline
Intérpretes: William Hurt, Kathleen Turner, 
Richard Crenna, Ted Danson, J. A. Preston

Entre la enorme cantidad de hijos de puta que he conocido en mi vida figura un albañil que había sido operario de cinematógrafo. El desgraciado presumía de cinefilia y se avalaba y reafirmaba con ese trabajo, que es como suponer que por conducir un coche ya por ende eres también piloto profesional. En cualquier caso yo charlaba con él porque de algo había que charlar en los ratos muertos, y porque al principio no me parecía tan hijo de puta —hay que decirlo más, es el Alfa y el Omega de la vulgaridad—. Por entonces estábamos en plena transición del VHS al DVD, y yo compraba liquidaciones de cintas en videoclubes a precio de saldo. Le presté a este hijo de puta El hombre que nunca estuvo allí, de los Coen, y le comenté que era una buena muestra de cine negro moderno, y que le gustaría. Él me dijo:
—El cine negro te refieres al cine en blanco y negro, ¿no?
—No, hombre. Me refiero a cine negro —contesté algo perplejo.
—Sí. Tú te refieres al cine en blanco y negro. Sabrás que al cine en blanco y negro también se le llama negro —me aleccionó.
Yo asentí, agotado repentinamente. “La madre que me parió…”, pensé. Se me ocurrió hablarle de Fuego en el cuerpo a ese mamón, comentarle que el negro podía ser también en color, que era un género, no una emulsión de celuloide, pero ¿para qué?, mejor me quedaba calladito y seguía trabajando.

Fuego en el cuerpo era y es cine negro para los que no tenemos ni zorra idea de cine negro. Era perfecta para ese hijo de puta, pero también para mí en mi primera juventud. Abordaba todas las convenciones que parecían mojones indicativos en los clásicos que yo aún no había visto, y que me hacían sentir culpable —todavía hoy, porque el policíaco y el noir no me tiran demasiado— de no haber hecho los deberes. Fuego en el cuerpo llegó a mi vida en una sesión de Sábado Cine, en TVE1. Matty Walker (Kathleen Turner), la lagartija sudorosa, se convertía así en mi primer referente en cuanto a mujeres fatales, Ned Racine (William Hurt) en el pardillo por excelencia y la ópera prima de Lawrence Kasdan —qué debut tuvo— en una de esas películas que me habría encantado dirigir de tener el talento y la oportunidad. Atentos, si la veis por primera vez, al pequeño pero importantísimo papel del gran Mickey Rourke. Y preparad alguna bebida con mucho hielo, porque Fuego en el cuerpo da sed y calor, mucho calor.

lunes, 6 de marzo de 2017

Dime cositas

"Dime cositas", me pidió hoy Erlea. Y yo no supe expresarme bien, no más allá de un "te quiero" y un par de arrumacos.

Pero aquí te puedo decir cositas, cosas que pueden sonarte a repetido, porque ya las he soltado con anterioridad. Sonaré cursi, pero a mi edad ya me da igual parecerlo.

Me haces muy feliz, Erlea. Valoro nuestras tardes y las disfruto como lo que son: cápsulas de tiempo repletas de complicidad, ternura y pasión. El mejor momento del día es cuando te veo llegar por la mirilla, sólo superado por cuando nos tumbamos en la cama y enciendo el proyector para escoger qué película ver.

Te amo.

domingo, 26 de febrero de 2017

Báilame el agua

Báilame el agua.
Úntame de amor y otras fragancias de tu jardín secreto.
Sácame de quicio.
Hazme sufrir.
Ponme a secar como un trapo mojado.
Lléname de vida.
Líbrame de mi estigma.
Llámame tonto.
Olvida todo lo que haya podido decirte hasta ahora.
No me arrastres,no me asustes.
Vete lejos,pero no sueltes mi mano.
Empecemos de nuevo. Toca mis ojos.
Nota la textura del calor.
¿Por cuánto te vendes?
Píllate los dedos.
Deja que te invite a un café,caliente,claro.
Y sin azúcar... sin aliento.

martes, 14 de febrero de 2017

Me gustas mucho más...

Me gustas más que David Arquette,
más que Quim Gutiérrez,
y más que Jeffrey Dean Morgan.
Me gustas más que Sam Rockwell,
más que Edward Norton,
y más que George Clooney.
Me gustas más que Jake Gyllenhaal,
más que Christian Bale,
y más que Robert Downey Jr.
Me gustas más que Miguel Ángel Silvestre,
más que Eduardo Noriega,
y más que Álex González.
Me gustas más que Pepón Nieto,
más que Robbie Williams.
Me gustas más que Rodrigo Cortés,
y más que Rachel Weisz.

Me gustas más que Raúl.
Me gustas más que Xabi,
más que Jordi,
que Mauro,
e Israel.

lunes, 13 de febrero de 2017

El rincón de Slobulus


El rincón de Slobulus


Yo creía estar puesto en materia de videojuegos hasta que di con su canal. Slobulus es un jugón desenfrenado que toca todas las plataformas y géneros, aunque prefiera el rol y los juegos de conducción con volante. Sopesando que él tenía once años cuando arribaba en España Resident Evil, sorprende la madurez con la que se enfrenta y analiza juegos que le pillaron muy jovencito, casi un niño, de hecho. Un canal muy recomendable tanto para nostálgicos como para los que quieren estar al día en materia de videojuegos.

Click aquí para ir a su canal.

Un día queda...

Un día, un día queda para volver a sentir tu cuerpo, desnudo sobre mi cuerpo, desnudo, tatuado,
tatuado de amor, de deseo.

sábado, 11 de febrero de 2017

Evanescence - Bring me to life

Llevo desde ayer con esta canción metida en la cabeza. Escucharla me traslada inmediatamente a aquellos años que fueron cruciales en mi vida, trayéndome recuerdos de un chico y de momentos en los creía estar en una nube, y otros que fueron devastadores. Y entonces empezó a cambiar algo en mi interior...


viernes, 10 de febrero de 2017

Los años 80 en 80 películas: Excalibur

Excalibur

Título original: Excalibur
Año: 1981
Nacionalidad: Reino Unido
Director: John Boorman
Guión: Rospo Pallenger y John Boorman
Música: Trevor Jones
Fotografía: Alex Thompson
Intérpretes: Nicol Williamson, Nigel Terry, Cherie Lunghi, Nicholas Clay, Helen Mirren

En dos ocasiones tropecé con Excalibur por la tele. En la primera era un niño y me aburrió. La pillé empezada y sólo me llamó la atención la escena en la que Lanzarote acude, herido, a batirse en duelo por el honor de Ginebra. 
En el siguiente pase le presté más atención porque… me enamoré de las armaduras. Aquellas armaduras relucientes, aquellos diseños, los pinchos, las coderas y rodilleras, los yelmos. Desde siempre me habían fascinado las armaduras, el concepto mismo en sí: proteger carne débil bajo una segunda piel de metal. Mi superhéroe era y es Iron Man, un hombre enfermo que se sirve de una armadura “encantada” para desfacer entuertos. Años después, cuando llegaron los videojuegos, me aficioné al rol medieval fantástico, y todos los personajes que creaba eran guerreros: gente de orden bajo kilos de acero. 
Así que Excalibur me entró al principio por los ojos y se fue quedando en mi vida gracias a que perdí la cuenta de la de veces que la vi en una grabación casera en Betamax, en el vídeo de mi abuelo.
Sobre el fetichismo que suscitó en mí las armaduras de la película, hay una anécdota interesante. Ya de crío, las armaduras de Excalibur me parecían exageradas, fuera de lugar y de tiempo, como todo lo que es demasiado bello. Pero tuvo que llegar Internet para que se confirmaran mis antiguas sospechas. Aquellas monadas metálicas fueron ideadas por Terry English —que venía de trabajar en Alien y aportar su granito de mal rollo en la película de Ridley Scott— y por Bob Ringwood —experto en vestuarios molones, como podemos comprobar en Dune, Batman o Troya, entre otras—. El resultado final eran aquellas armaduras de combate que protegían a Arturo, sus hombres y sus enemigos. Sin embargo, eran una completa invención. Las armaduras de Excalibur habrían sido imposibles en la Edad Oscura —época donde se ubican las leyendas del Ciclo Artúrico— y demasiado sofisticadas y complejas incluso para la Edad Media. Otra vez me enamoraba de una ficción dentro de una ficción. Qué grande es el cine. 
El origen de Excalibur es también la historia de una frustración. John Boorman deseaba llevar al cine El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien, pero no pudo levantar el proyecto en 1969. Contrariado, el realizador británico fijó su atención entonces en unas elaboradas reescrituras de guión sobre la recopilación de romances del siglo XV La muerte de Arturo, de Sir Thomas Mallory. Ayudado por Rospo Pallenberg, el guión tomó cuerpo. Se obtuvo financiación de Orion Pictures —once millones de dólares— y se empezó a filmar en bellos parajes naturales de Irlanda en la primavera de 1980. El resto es leyenda. Como Arturo —interpretado por el ya fallecido Nigel Terry— y sus caballeros, como Merlín, como Mordred, como Morgana, como el mismo Camelot. 
Excalibur envejece con dignidad y saber estar. Es una aventura modélica —ni caso a William Goldman y su agrio refunfuño acerca del final—, con un uso experto de la elipsis narrativa y cargada de una fuerza única. El tono épico, el descenso a lo mundano y a lo brutal cuando es menester —esos tajos de espada, ese barro, esa suciedad— y la elevación a la gloria cuando la leyenda de Arturo nace y muere, convierten a esta película en un deleite, en un banquete visual al que apetece acudir cada cierto tiempo a por viandas. Porque O Fortuna existe para esta película, ahora lo sabemos; porque la Dama del Lago nos dará siempre la oportunidad de volver a empuñar la espada; porque no hay mejor caballero que Lancelot —o Lanzarote si la viste de niño y en versión doblada—, ni mayor rey que Arturo, ni amor más tierno que el de Ginebra; porque el dragón está en todas partes y en ninguna, en nuestro corazón y en nuestra mente, en los bosques y en los ríos, en los pueblos y en las ciudades, hasta en el campo de batalla; porque en el fondo, todos somos súbditos de Arturo. 
Y porque, como decía Merlín (Nicol Williamson), la perdición del hombre es el olvido. Y a las buenas películas hay que regresar, para no olvidar lo que nos hicieron sentir, para recuperar aquello que fuimos, para rendirles tributo manteniéndolas vivas; también por placer, por sentido estético, por amor.

jueves, 26 de enero de 2017

Los años 80 en 80 películas: En busca del fuego

En busca del fuego

Título original: La guerre du feu 
Año: 1981 
Nacionalidad: Francia 
Director: Jean Jacques Annaud 
Guión: Gérard Brach, Anthony Burgess 
Música: Jerry Goldsmith 
Fotografía: Claude Agostini 
Intérpretes: Everett McGill, Rae Dawn Chong, Ron Perlman, Nicholas Kadi, Gary Schwartz

Televisión Española emitió En busca del fuego, no sé si por primera vez o no, en torno a 1989 ó 1990. En esa época todavía sintonizábamos casi todos los mismos canales y la película de Jean Jacques Annaud causó una honda impresión en mi clase de Formación Profesional. En aquel curso éramos todos chicos; en casi todo el instituto predominaban profesiones y oficios eminentemente masculinos y la presencia de chicas era anecdótica. Justo al lado de nuestro centro había un instituto de Bachillerato repleto de jovencitas que iban al recreo —y al exterior del recinto— un poco antes que nosotros, de manera que las veíamos pasar por la calle desde nuestras ventanas. Antes de que mi clase de salidos descerebrados viera En busca del fuego, nos asomábamos a ver a las chavalas sin orden ni concierto. Después del pase televisivo de En busca del fuego, un joven que se llamaba Paco, y que estaba sembrao, gritaba con voz ronca: “¡Hembras! ¡Hembras!”. Nosotros nos moríamos de la risa, porque Paco iba al trote hacia la ventana, y a mí me recordaba a la carrerilla del cavernícola que se tiraba a una desaliñada compañera de clan aprovechando que ésta estaba agachada y con el coño al aire bebiendo agua de un riachuelo. ¿Y el profesor? El profesor era un eventual que pasaba tres kilos de nosotros siempre que no armáramos mucho barullo, cosa que no conseguía con frecuencia. 
Mirábamos a las muchachas desde las ventanas con rejas y ellas nos ignoraban completamente. Éramos garrulos de Formación Profesional. Y encima feos, maleducados y faltones. Pero lo que nos reíamos… Yo nunca hice un “¡Uh, uh, uh!” en respuesta al grito primitivo y visceral de Paco. Lo hago ahora, más de veinticinco años después y con menos alegría y testosterona en sangre: “¡Uh, uh, uh!”. 
Porque lo que nos fascinaba a todos de En busca del fuego era lo de fornicar a lo loco y porque sí, ante la total indiferencia de una hembra que iba a lo suyo y se dejaba hacer. Ésa era la secuencia clave que nos disparataba cuando comentábamos la película en los pasillos. No nos importaba una esperanza de vida paupérrima, unas condiciones brutales de existencia en una edad oscura de la raza humana, llena de peligros y penurias. Aquellos pájaros daban un puntazo y la metían en caliente: eso era así. 
¿Para qué sirvió pues la excelente película del realizador francés Annaud, toda una lección magistral de recreación histórica, cine de aventuras y hasta vistazo antropológico del ser humano? ¿En mi clase de Formación Profesional? Para nada, sólo para asuntos viles. Echo de menos la pureza de esa edad, cuando hasta el más mendrugo era capaz de reducir cualquier película a su esencia más simbólica. Para nosotros, En busca del fuego iba de follar de la manera más libertina posible. 
Décadas después, más viejo, os diría que En busca del fuego fue una inteligente aventura y una apuesta arriesgada que funcionó y funciona como un cohete. La tribu que cuida de un fuego y lo usa para su supervivencia pero no sabe crearlo se cruza con una odisea inesperada cuando varios guerreros deben partir en búsqueda de una nueva chispa de luz y calor. La importancia de la tecnología —inolvidables las lágrimas del protagonista cuando ve cómo un cazador recolector genera fuego con yesca y unos palitos—, la familia y la vida en sociedad de los primeros asentamientos humanos e incluso la teoría de la hibridación entre Cromañones y Neardentales se nos muestra en el filme de Jean Jacques Annaud. 
El uso de un lenguaje tonal y vocal propio, el Ulam, desarrollado por Anthony Burgess, le confería a la película no sólo un grado de verismo impresionante sino también un toque de originalidad indiscutible. En En busca del fuego no se dice nada, y a la vez se habla todo. 
De adolescente me quedaba con la secuencia que nos excitó en aquel instituto. Ya de adulto no la descarto —su poder de convocatoria es innegable, pura animalidad—, pero me paso de largo a la bonita historia de amor entre Naoh (Everett McGill) y Nika (Rae Dawn Chong). Un supuesto Neardental y una supuesta Cromañona unidos por el azar y luego profundamente enamorados a través del roce diario y la admiración mutua. Él husmeando su ausencia en forma de olor corporal. Ella mirándolo a él con comprensión cuando se encuentran por segunda vez. Y ese final tan emotivo, con una nueva vida en el vientre de ella y juntos los dos contemplando el firmamento. 
Otro bello momento de En busca del fuego más abajo: cuando Nika ayuda a Naoh con la técnica del fuego por fricción manual.

miércoles, 18 de enero de 2017

El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares

Vista hoy con Erlea, me encuentro en el doloroso deber de proclamar que Tim Burton va de culo. Ya, como si hubiera descubierto una primicia, ¿no? Pero es que esta película, sin pies ni cabeza, no hay casi por donde cogerla, con injertos pastilleros que no vienen a cuento, con un guión lacio y aburrido y con un desarrollo anodino, que sólo alivia cuando reparas en que ya queda poco para el final.



Estuvimos a punto de ir al cine a verla, pero nos metimos en otra mi bichito y yo. Eso que nos ahorramos. Ahora que ha salido en dvd y br tenéis la oportunidad de constatar lo dicho: que Burton no atina y que no hace nada decente desde Ed Wood (con momentos afortunados en algunas pelis posteriores como Big Fish y Big Eyes), 

viernes, 13 de enero de 2017

Los años 80 en 80 películas: Atmósfera Cero

Atmósfera cero

Título original: Outland
Año: 1981
Nacionalidad: Reino Unido
Director: Peter Hyams
Guión: Peter Hyams
Música: Jerry Goldsmith
Fotografía: Stephen Goldblatt
Intérpretes: Sean Connery, Peter Boyle, Frances Sternhagen, 
Steven Berkoff, James Sikking

En 1981, servidor rondaba los ocho años de edad y quizá ni siquiera había hecho aún la Primera Comunión. El cine me gustaba tanto como los tebeos —por entonces aún no se les llamaba cómics—, los dibujos animados —y no animación— o mi bolsa de muñequitos de plástico, pero era aún muy joven cuando se estrenaba en cines Atmósfera cero. Todavía no habían llegado a España, al menos de manera masiva, los vídeos domésticos y desde luego no puedo presumir de puntualidad con esta película. No estuve acompañado de nadie en un cine viendo a rudos mineros de Io ponerse hasta las trancas de estimulantes, ni vi a chicas holográficas bailando semidesnudas en una tasca. No alquilé en vídeo a Sean Connery repartiendo estopa con una escopeta, ni rebobiné la cinta varias veces —como haría años más tarde— para ver cómo le estallaba la cabeza a un pobre diablo víctima de la descompresión. No, mi primera vez con Atmósfera cero sería mucho después, como sucedería con el cine de los primeros años ochenta.
Una tarde alguien, supongo que mi abuelo o mi tío Eduardo, trajo del videoclub Atmósfera cero. Luis, el novio de mi prima Anita, que estaba de visita en la casa de mis abuelos, comentó de pasada que la película era una versión moderna —por entonces no decíamos remake— de Sólo ante el peligro, y que estaba “muy perita”. Tampoco decimos ya “perita”. Y eso que hemos ganado. Insertamos la cinta en el magnetoscopio y…
…esto es lo que debes saber de Atmósfera cero para quedar bien en cualquier conversación:
Que sus efectos visuales, de un marcado carácter tradicional, tuvieron como elemento innovador la utilización por primera vez de IntroVision, un sistema de proyección frontal que fusionaba fondos proyectados con actores en tiempo real. IntroVision fue visto también en películas como Cuenta conmigo (Stand by me), Rambo III o Darkman, entre muchas otras.
Que además de pionera con el IntroVision, también innovó en sonido con Megasound. Los cines equipados con los altavoces adicionales necesarios para aprovechar la mejora de Megasound, conseguían potenciar los efectos de sonido más graves de la película, como ruidos ambientales y de maquinaria pesada.
Que costó la nada desdeñable cifra de dieciséis millones de dólares de la época. Pero no fue precisamente un éxito de taquilla.
Que debido a la repercusión de Alien y, en menor medida Blade Runner, Peter Hyams decidió trasladar la acción desde el lejano oeste al futuro y al espacio exterior.
Que estuvo a punto de llamarse Io, como el satélite más cercano a Júpiter y lugar donde se desarrolla la acción, pero la productora decidió cambiar a Outland en el último momento.
Pero esto son sólo curiosidades recogidas al alimón de las muchas fuentes disponibles. Lo importante de Atmósfera Cero es precisamente su atmósfera: una aventura adulta de ciencia ficción, con un tono serio, sobrio incluso, para una historia que, filmada hoy, habría sido adocenada a la papilla insulsa de un blockbuster veraniego cualquiera.
En Atmósfera Cero estamos en un futuro que ya no podrá ser, no fuera de El continuo Gernsback, aquel fantástico cuento de William Gibson incluido en su antología Quemando cromo, en el que el futuro anticipado de la ciencia ficción de los años cincuenta se solapaba con la realidad distinta e imposible que nos tocaba vivir. El futuro de compañías mineras que operan en las lunas del Sistema Solar puede que no sea improbable, pero desde luego no será ya con la tecnología y el utillaje que abunda en la película que nos ocupa. Pantallas de televisión con tubos de rayos catódicos, estaciones de radio analógicas, monitores de fósforo verde, paneles repletos de botones y palancas, como si todo hubiera sido extraído y extrapolado desde una refinería de petróleo de los años setenta a la colonia humana asentada en Io; armas de fuego clásicas, trabajo humano sin robótica avanzada a nuestro servicio… hasta la tipografía de los textos remite a una predicción obsoleta.
Pero lo que no ha pasado de moda en Atmósfera Cero es su impecable concepción del ritmo, su agradable adultez, su nulo margen a la concepción más sentimental e infantiloide de una fantasía espacial cualquiera. 

Deleitémonos ahora con su cartel original:


 “En la luna de Júpiter él es la única ley”. No se puede molar más en una sola frase.

martes, 10 de enero de 2017

Lo que ocurrió mientras estuve sin ordenador

Por una serie de catastróficas desdichas, he estado todas las navidades sin ordenador, que no sin Internet. Internet tenía en otros dispositivos. Y lo que he advertido es que ya no es una tragedia que se te averíe el ordenador. Ahora podemos conectarnos desde el teléfono, la videoconsola, la tablet, el televisor y pronto hasta desde la nevera. No, ya no es como antes que quedabas varado en el mundo analógico, ausente del Messenger y sus muñequitos bailarines, ido de webs y foros.

Pero no he podido postear, ni felicitar el año ni las fiestas. Así que lo hago ahora. Espero que hayan sido unas felices fiestas y que este 2017 sólo os traiga alegrías.

Lo que ocurrió importante este fin de año fatídico es que palmó George Michael, el tío mas molón del pop de los 80, el modelo hetero (ya: iluso de mí) en el que yo me miraba en mi adolescencia, pensando que ese pavo, con esas pintas que lucía en Faith, debía de ligar mucho. Y sí, ligar, ligaría, pero no con las hembras de ensueño que yo imaginaba.

Después se nos fue Carrie Fisher también. La princesa Leia. Las niñas tienen princesas Disney. Los niños sólo teníamos a Leia. Pero nos bastaba. Dulce cuando hacía falta y guerrera cuando era menester. Una pena. Que descanse en paz y que la Fuerza la acompañe.

Y como un propósito de año nuevo cibernético, prometo postear más a menudo por aquí.